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NEUROPSICOLOGÍA
GERIÁTRICA

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NEUROPSICOLOGÍA Y PSICOGERIATRÍA

OBJETIVOS Y CONCEPTOS CLAVE

  • En el proceso de envejecimiento cognitivo, algunas funciones mentales se mantienen estables con el paso de los años (p. ej., el vocabulario, algunas destrezas numéricas o la memoria semántica), mientras que otras comienzan a presentar una disminución en el rendimiento a partir de la edad adulta. Entre estas se incluyen aspectos como la velocidad de procesamiento, la memoria, las funciones ejecutivas o la capacidad de razonamiento. Todas estas funciones mentales son fundamentales para poder llevar a cabo una vida independiente.

  • El enlentecimiento en la velocidad de procesamiento de la información afecta a todos los dominios cognitivos.
    Esta ralentización de la velocidad del procesamiento del cerebro comienza en la edad adulta.

  • La función de la cognición social es el conjunto de operaciones o habilidades mentales necesarias para desenvolverse de forma efectiva en las interacciones sociales. La valoración de la cognición social en el envejecimiento puede ser una medida relevante de orientación diagnóstica en el trastorno neurocognitivo mayor.

  • La detección de cambios no esperados con la edad es un indicador significativo que debe ser tomado en consideración para la detección precoz de patología.

  • La actividad física (especialmente el ejercicio cardiovascular), las actividades intelectuales exigentes y la implicación en grupos sociales se han demostrado como factores eficaces en la prevención y el retraso de la disminución cognitiva asociada a la edad.

INTRODUCCIÓN

La Alzheimer' Disease International estimó en el año 2015 la aparición de 10 millones de casos nuevos de demencia cada año en el mundo, una estimación alrededor de un 30% más elevada que el número de casos nuevos calculado para 2010 por parte de la Organización Mundial de la Salud. El aumento de la esperanza de vida y un mayor conocimiento por parte de la población de los trastornos que cursan con demencia han implicado un progresivo aumento de las consultas de personas con quejas subjetivas de memoria u otros síntomas de deterioro cognitivo.

La prevalencia de déficits cognitivos se sitúa en torno al 10% en mayores de 65 años, cifra que aumenta conforme avanza la edad y que supone un problema de salud de alto impacto para las personas que los manifiestan, su entorno y el propio sistema sanitario (Limón y Argimon, 2004). Por todo ello, el rendimiento neuropsicológico de las personas con demencia ha sido profusamente estudiado. Sin embargo, el perfil neuropsicológico de personas sanas en edad avanzada es menos conocido, y se encuentra directamente relacionado con una reducción en las capacidades para tomar decisiones complejas, ejecutar correctamente las actividades de la vida diaria y, por lo tanto, vivir de manera independiente.

El envejecimiento es parte del ciclo vital humano y lleva aparejadas alteraciones en todos los sistemas biológicos del individuo, entre las que se encuentran también los cambios neuroanatómicos y neurofisiológicos y los cambios en el funcionamiento cognitivo. Entre los primeros, son frecuentes la reducción del peso y el volumen del cerebro, la atrofia en los hemisferios cerebrales, la ampliación de los surcos, la disminución del grosor del córtex y la dilatación de los ventrículos. Entre los cambios en el funcionamiento cognitivo, se observa un declive en la velocidad de procesamiento normal, la atención, la función visuoespacial, las funciones ejecutivas, el lenguaje y la memoria. En la aparición de todas estas alteraciones intervienen factores tanto genéticos como ambientales (Lozano Gallego y Hernández-Ferrándiz, 2000).

Existen numerosos aspectos que dificultan la identificación de las características neuropsicológicas propias del envejecimiento, como la dificultad para discriminar entre los cambios cognitivos propios de la edad avanzada y las primeras manifestaciones de enfermedad, la variabilidad interindividual y la dificultad para extrapolar los resultados obtenidos en estudios con adultos que han sufrido lesiones cerebrales a la población anciana (Román Lapuente y Sánchez-Navarro, 1998).

La ausencia de una definición concreta que explicite el concepto de envejecimiento cognitivo normal dificulta la distinción entre los cambios cognitivos específicos asociados al avance de la edad y otros síntomas, expresión de diversas condiciones patológicas. Como ejemplo, se pueden citar los déficits de memoria, presentes tanto en el envejecimiento normal como en las primeras etapas de la enfermedad de Alzheimer.

En relación con la variabilidad interindividual, ni las consecuencias del paso del tiempo son iguales para todos, ni todas las funciones cognitivas disminuyen por igual. Independientemente de que parece innegable que el rendimiento cognitivo disminuye durante la senectud, existe una amplia diversidad influenciada, probablemente, por la acumulación de diferencias biológicas y experienciales en cada individuo. Se ha comprobado que los cambios no afectan de manera homogénea a todas las funciones, constatándose, por ejemplo, una disminución más tardía en el rendimiento en pruebas verbales que en algunos aspectos de la memoria. Esta gran variabilidad implica la necesidad de una evaluación neuropsicológica precisa de los cambios, con el fin de diferenciar aquellos asociados a procesos neurodegenerativos o a enfermedades sistémicas de los propios del proceso del envejecimiento.

Por otra parte, el conocimiento obtenido mediante el estudio de los cambios producidos por la aparición de lesiones cerebrales focalizadas es insuficiente para explicar los procesos neuropsicológicos asociados al envejecimiento, debido a que los cambios cerebrales que tienen lugar en la última etapa de la vida son generalizados. Además de estos factores, se desconoce la influencia de otras variables como la alimentación, el nivel educativo, el nivel de actividad o los factores genéticos en el descenso del rendimiento cognitivo (Ritchie et al.,2016). Las opiniones de los diferentes equipos de investigación en esta área difieren en cuanto a si existe un continuo entre los déficits propios del envejecimiento normal y la demencia o si se trata de procesos distintos. El proceso de delimitación entre el envejecimiento normal y el deterioro cognitivo leve o cualquier otra alteración a nivel cognoscitivo ha dado lugar en los últimos años a conceptos como el deterioro de memoria asociado a la edad, el deterioro cognitivo asociado a la edad o el trastorno cognitivo leve, conceptos descritos en el capítulo correspondiente.

El conocimiento de los factores de riesgo y los criterios de clasificación para las diferentes entidades nosológicas requiere la definición previa y exhaustiva de los cambios esperados debido al avance de la edad.

Cambios neurobiológicos asociados al envejecimiento

Los hallazgos neuroanatómicos confirman que el envejecimiento normal conlleva una serie de cambios a nivel del sistema nervioso central a partir de los 60-70 años, que aumentan a partir de los 75-80 años. Las zonas donde se observan de manera más notable dichos cambios son el área prefrontal, el córtex temporal, el hipocampo y el sistema límbico, áreas implicadas en el correcto desempeño de las funciones ejecutivas, la memoria y la capacidad de aprendizaje. Sin embargo, estos no son los únicos cambios neurobiológicos asociados al envejecimiento normal, ya que dicho proceso acarrea también transformaciones morfológicas, moleculares y neurofisiológicas.

Entre las primeras, se han identificado cambios en el peso y el volumen cerebral. Entre los 50 y los 65 años se detecta un descenso en el volumen de las células extrapiramidales de entre el 22% en las zonas más afectadas, como la corteza prefrontal, y el 6% en las más conservadas, entre las que se encuentran el área occipital y la base del cerebro. Esta reducción es más pronunciada a partir de los 65 años, y aparece atrofia cerebral en el 40% de los ancianos. A esta disfunción producida en la corteza prefrontal por la pérdida de volumen celular se asocia el declive de los procesos inhibitorios, característicos de la edad avanzada. Además, se produce una pérdida de mielina y una disminución en el volumen de la sustancia gris que conlleva un ensanchamiento de los surcos. Otros eventos asociados al envejecimiento celular son la disminución en la complejidad de la arborización dendrítica; la deposición de B-amiloide, presente hasta en el 30% de los adultos sanos y potencial indicador del desarrollo de la enfermedad de Alzheimer; las placas neuríticas; los ovillos neurofibrilares y la degeneración granulovacuolar. Todos ellos, difícilmente observables en los tejidos de adultos jóvenes, aparecen asociados al envejecimiento normal y, en mayor concentración y distribución, al desarrollo de la enfermedad de Alzheimer Román Lapuente y Sánchez-Navarro, 1998; Harada et al, 2013).

A nivel molecular, existen tres teorías que relacionan el envejecimiento con cambios en las moléculas de ADN y ARN. La primera de dichas teorías considera que las mutaciones y las anomalías cromosómicas que puedan encontrarse en el organismo se van acumulando con el paso del tiempo, de tal manera que determinada información se va haciendo cada vez más redundante, hasta que llega un momento en que dicha redundancia es exhaustiva y da lugar a la aparición de la senectud. Una segunda hipótesis propone la existencia de genes relacionados con la programación del envejecimiento, responsables de la expresión de los cambios que acompañan a este ciclo vital. La tercera proposición considera que no existe un programa genético que determine los cambios asociados al envejecimiento, sino que, a medida que envejecemos, aumentan los errores en la duplicación del ADN como consecuencia de alteraciones aleatorias o de otro tipo, como debidas a radiaciones, de forma que cuando se acumula un número determinado de errores aparece el envejecimiento (Román Lapuente y Sánchez-Navarro, 1998).

En relación con los cambios moleculares propios del envejecimiento, también se ha estudiado la existencia de un patrón general de cambio a nivel de los neurotransmisores, consistente en su reducción a nivel colinérgico (acetilcolina) y catecolaminérgico (dopamina y noradrenalina). La disminución de la acetilcolina se ha relacionado con los cambios de memoria que acompañan a los procesos demenciales, mientras que la disminución de dopamina y noradrenalina se ha relacionado con procesos depresivos y los cambios cognitivos asociados a estos en las áreas de atención, memoria y aprendizaje. Los niveles de dopamina pueden disminuir entre un 5 y un 10% por década conforme aumenta la edad. Este descenso en el sistema dopaminérgico, y el en lentecimiento asociado, se relacionan con un descenso en la velocidad de procesamiento de la información y la memoria de trabajo. Las alteraciones en el sistema catecolaminérgico implican trastornos en la capacidad cerebral de discriminar entre las señales neurológicas que se deben procesar y cualquier otra actividad neuronal, dando lugar al denominado «ruido neuronal». La presencia de «ruido neuronal» enlentece el proceso de asociación de las señales neuronales con las representaciones corticales creadas por la percepción y almacenadas en la memoria, y puede dar lugar a errores en dicha asociación, con la consiguiente repercusión negativa en el nivel de desempeño cognitivo.

A nivel neurofisiológico, los cambios se producen en relación con el metabolismo y la electrofisiología cerebral. Las técnicas más comunes para el estudio de los cambios metabólicos son el análisis del flujo sanguíneo cerebral y la tomografía por emisión de positrones. Parece existir una cierta disminución del flujo sanguíneo cerebral normal a medida que avanza la edad, disminución que aumenta en sujetos con riesgo cardiovascular y, de manera aún más significativa, en mayores con historia de ataques isquémicos transitorios. La tomografía por emisión de positrones permite observar un patrón metabólico estable en ancianos sin patología orgánica o cerebral.

La electrofisiología cerebral tampoco parece indicar cambios importantes asociados al envejecimiento en sujetos con buena salud. Sin embargo, el electroencefalograma normal en adultos mayores de 60 años tiene algunas variantes en cuanto a la frecuencia, la prominencia, la reactividad y la localización de las ondas. La alteración más frecuente y significativa es un enlentecimiento general del electroencefalograma. El ritmo a disminuye en frecuencia, persistencia y reactividad. De este modo, la frecuencia media es de 10-11 Hz en adultos jóvenes, 9 Hz en mayores de 60 años y de 8 Hz en centenarios. En el caso del ritmo B, su incidencia y amplitud aumenta, y se encuentra al menos en la mitad de los ancianos, siendo más común en mujeres que en hombres. Finalmente, en relación con los ritmos lentos, después de los 75 años, el incremento del ritmo O es considerado normal y dependiente de la edad. Sin embargo, en caso de que sea continuo y vaya asociado con la aparición generalizada de las ondas 8, puede representar anormalidades que, en algunos casos, pueden relacionarse con cambios adscritos a la enfermedad de Alzheimer. Las deficiencias producidas por los cambios neurofisiológicos se manifiestan de manera más significativa cuando la suma de los efectos del deterioro neuronal, la disminución de la plasticidad y las consecuencias de otras enfermedades médicas rebasan el límite dado por una situación particular. Los estudios realizados con potenciales evocados han permitido observar cómo la velocidad del impulso nervioso disminuye en la edad avanzada, mientras aumentan las respuestas corticales en relación con el aumento de la intensidad de los estímulos. Este último aspecto puede ser consecuencia de la dificultad para inhibir las respuestas a estímulos externos que se da en las personas mayores Rabbitt y Lowe, 2000).

Todos estos cambios neurobiológicos tienen su repercusión a nivel cognitivo en forma de alteraciones en cada una de las áreas del funcionamiento cognitivo.

Velocidad de procesamiento

La velocidad en el procesamiento de la información hace referencia a la capacidad de procesar información y reaccionar a esta, a nivel tanto cognitivo como motor. La disminución en la velocidad de procesamiento a nivel sensorial, motor y cognitivo e incluso, en el registro electroencefalográfico es una característica fundamental del proceso del envejecimiento, que empieza a objetivarse a partir de la tercera década de la vida. Este enlentecimiento implica una mayor dificultad en todas las tareas a las que se enfrentan el resto de las funciones superiores como consecuencia de una codificación menos eficaz de los estímulos. A pesar de esta afirmación general, se desconoce si el declive en la velocidad de procesamiento afecta de igual modo a todos los procesos cognitivos o a unos de manera más severa que a otros. Se han postulado tres teorías que intentan aclarar esta cuestión. La teoría del enlentecimiento general defiende que este cambio afecta por igual a todas las funciones superiores. La teoría del modelo de dominio específico plantea que el nivel de enlentecimiento es igual para todas aquellas tareas dependientes de un mismo dominio (p. ej., el dominio verbal), variando este nivel de un dominio a otro. Finalmente, el modelo de proceso específico propone que el grado de enlentecimiento no varía entre tareas y dominios, pero sí entre procesos cognitivos (Román Lapuente y Sánchez-Navarro, 1998).

Los mecanismos neurofisiológicos a los que se asocia este enlentecimiento son numerosos, desde una disminución de la velocidad de transmisión entre vías neuronales hasta los cambios degenerativos que acontecen en la sustancia blanca, pasando por una demora en la propagación del impulso nervioso en el momento de establecer conexiones entre distintas unidades neurales (Nebes y Madden, 1988).

A nivel clínico, el efecto más significativo de la disminución en la velocidad de procesamiento mental es la dispersión en las funciones cognitivas (Lozano Gallego y Hernández-Ferrándiz, 2000). La medida más fácilmente objetivable del enlentecimiento es el tiempo de respuesta, significativamente mayor en ancianos que en adultos jóvenes. De acuerdo a algunos autores como Nebes y Madden (1988), el enlentecimiento en el tiempo de respuesta resulta acumulativo, motivo por lo que las tareas más complejas acusan un mayor lapso de respuesta que las más sencillas. Además de esta variable, algunas tareas adecuadas para el estudio de la velocidad de procesamiento y los procesos inhibitorios en la vejez son el test de atención (TAP) y el test de clasificación de cartas de Wisconsin (WCST, Wisconsin Card Sorting Test).

La relevancia de esta característica del envejecimiento viene dada por dos motivos. El primero de ellos es que es omnipresente. La comparación de las puntuaciones medias obtenidas por adultos jóvenes y ancianos en la evaluación de las funciones superiores permite afirmar que el enlentecimiento se da de manera generalizada. En segundo lugar, permite explicar las diferencias detectadas en el ámbito de la cognición para distintos grupos de edad. De este modo, la velocidad de procesamiento de la información se convierte en una variable central en la comprensión del cambio temporodependiente de los aspectos más complejos del funcionamiento cognitivo.

Atención y orientación

La atención es un proceso temprano de la secuencia del procesamiento de la información y se refiere a la correcta distribución de los recursos con el fin de procesar los estímulos del entorno. Desde el punto de vista neuropsicológico, se entiende esta función como un conjunto de procesos diferentes (tabla 1).

Tabla 1. Procesos atencionales 

Subárea

Definición

Deterioro en el

envejecimiento

Atención selectiva

Habilidad para distinguir información relevante de la que no lo es.

No

Atención  dirigida o

focalizada

Capacidad para mantener los recursos mentales orientados a una dirigida o tarea específica, aún con la presencia de distractores

Si

Atención dividida

Facultad de prestar atención a más de un estímulo

simultáneamente

Si

Atención sostenida

Competencia para mantener los recursos mentales enfocados en la tarea por períodos prolongados de tiempo.

Relacionada con la intensidad atencional o vigilancia (nivel de actividad requerido para identificar estímulos que inciden sobre el organismo durante un tiempo prolongado)

Si

Los aspectos más característicos de este constructo son la intensidad y la selectividad.

El concepto de intensidad atencional o vigilancia que aparece en la atención sostenida se encuentra asociado al sistema activador reticular del tronco del encéfalo y a la corteza prefrontal. Las alteraciones en estos sistemas dan lugar al estado confusional. Durante el envejecimiento, existe una mayor vulnerabilidad a desarrollar estados confusionales por diferentes causas, como pueden ser encefalopatías tóxico-metabólicas, lesiones cerebrales focales o multifocales, ataques epilépticos, tumores, etc. Sin embargo, también pueden observarse déficits en la vigilancia en ancianos sin enfermedades neurológicas, principalmente en situaciones en las que el sujeto se encuentra sometido a un importante número de eventos.

El componente selectivo de la atención, fundamental en la atención dirigida y la atención dividida, se define como la capacidad necesaria para seleccionar los estímulos que permitirán adaptarse adecuadamente a un determinado entorno. Este componente se ha relacionado anatómicamente con la corteza cerebral y el lóbulo frontal. La mayoría de los autores afirman que no parecen existir alteraciones significativas asociadas a la edad en el componente selectivo de la atención, y que un marcado declive en esta función se interpreta como patológico. Sin embargo, el empleo de tareas distractoras en estudios de investigación ha permitido observar que, en el envejecimiento, se produce una disminución en la capacidad de inhibir estímulos relevantes en un contexto concreto y, por lo tanto, un descenso en el rendimiento en tareas duales.

La evaluación neuropsicológica de la atención tampoco se realiza como un proceso unitario, sino valorando el desempeño del anciano en cada uno de los ámbitos atencionales.

De esta manera, la atención dirigida o focalizada suele ser habitualmente valorada mediante la subprueba de claves o búsqueda de símbolos de la escala de inteligencia de Wechsler para adultos (WAIS-III), el Trail Making Test o el test de colores y palabras de  Stroop. La atención sostenida puede estudiarse con los test de atención continua, y la atención dividida con las subpruebas de dígitos inversos y aritmética de la WAIS-III; o con la subprueba de control mental del test Barcelona. El Mini-Examen Cognoscitivo (MEC)  incluye la evaluación de la atención en los ítems de dígitos.

La media del declive de la función atencional en el envejecimiento normal es aproximadamente de 1 punto (-0,8) cada 4 años. Este descenso aumenta en los ancianos cuyo modo de vida han sido las profesiones manuales (Cullum et al., 2000).

La orientación se entiende como el propio conocimiento e inserción del individuo en el entorno personal, espacial y temporal. Requiere de una atención que permita procesar correctamente los estímulos circundantes para obtener una adecuada percepción del medio.

El constructo global de orientación incluye la orientación personal (autopsíquica) y espaciotemporal (alopsíquica). La orientación personal es la más estable en el tiempo, mientras que la orientación temporal resulta mucho más frágil, siendo el dato más lábil la fecha de nacimiento. La orientación en cuanto a lugar exige una continuidad normal de los procesos mentales superiores con una percepción, un análisis y una valoración del entorno normales. En el procedimiento normal de orientación toman parte una gran variedad de componentes neuropsicológicos (atención, memoria, planificación), por lo que el deterioro asociado a la edad en cada una de estas áreas afecta directamente a la orientación, haciéndola muy vulnerable.

La evaluación de la orientación se puede llevar a cabo a través del estudio del estado mental o pidiendo información al anciano para rellenar los datos de identificación que aparecen en la mayoría de las pruebas neuropsicológicas. Los siguientes instrumentos de evaluación incluyen ítems específicos para la evaluación de la orientación: el MEC, la escala de Evaluación de la Orientación a la Realidad (EOR), el Short Portable Mental Status Questionnaire (SPMSQ), el test Barcelona y la escala cognitiva de la Prueba de Exploración Cambridge para la Valoración de los Trastornos Mentales en la Vejez (CAMCOG).

Memoria

La memoria es el aspecto más ampliamente estudiado en el envejecimiento por constituir el primer sistema de procesamiento cognitivo que declina y el que, por lo tanto, produce un mayor número de quejas subjetivas en ancianos. Entre las quejas más comunes suelen encontrarse situaciones como olvido de nombres de objetos cotidianos, dificultad para encontrar la palabra que se desea usar, no reconocer a personas a las que se acaba de saludar por la calle, marcar un número de teléfono y no saber a quién se estaba llamando, abrir el refrigerador para coger algo y no saber qué se quería agarrar, etc.

El origen de la alteración de la memoria que da lugar a estas quejas es desconocido y se ha asociado a cambios neuroanatómicos, enlentecimiento en el procesamiento de la información, cambios en el estado de salud, bajo nivel educativo, ansiedad o depresión.

La memoria, a nivel genérico, se define como la capacidad para adquirir, retener y reproducir con un fin la información recibida. Sin embargo, las investigaciones en este campo señalan que la memoria no es un mecanismo unitario, sino que existen diferentes tipos de memoria que difieren entre sí en función de las reglas de funcionamiento y el sustrato neuroanatómico en el que se sustentan. El declive, muy lento al inicio, es más evidente a partir de los 60 años. Sin embargo, no todos los tipos de memoria se ven afectados al mismo tiempo ni de la misma manera. Entre las diversas clasificaciones (tabla 2) que existen de la memoria, las más significativas son las del modelo longitudinal, que distingue entre la memoria a corto plazo y la memoria a largo plazo, y las del modelo transversal, basado en los conceptos de memoria episódica y memoria semántica.

Tabla 2. Tipos de memoria

Modelo

Tipo de memoria

Subtipos

Descripción

Deterioro en el

envejecimiento

Longitudinal

Memoria a 

corto plazo: conserva

pequeños fragmentos de

información durante

segundos o minutos

Memoria inmediata

de fijación

Mantiene información

pasivamente

No

Memoria de trabajo

Reorganiza e integra el conjunto de datos de forma más activa

Si

Memoria explícita/declarativa

(incluye memorias episódica y semántica)

Recuperación

consciente de la información

aprendida

Si

Memoria a largo plazo: guarda la información almacenada de forma ilimitada y permanente

Memoria​

implícita/no declarativa/

procedimental

La que desde un aprendizaje

incidental permite la recuperación no

deliberada de la

información

Si, pero en menor medida

Memoria remota

Capacita para​

recordar

acontecimientos del pasado lejano de la vida de la persona

No

Memoria prospectiva

Posibilita recordar

que se debe llevar a cabo una actividad en un tiempo futuro

Si

Memoria episódica

Transversal

Permite almacenar

Memoria semántica

eventos concretos y hechos

autobiográficos

asociados

a un contexto

temporal

Si

Memoria semántica

Almacenistas de conocimientos generales sobre el mundo

No

La memoria inmediata no sufre un deterioro significativo durante el envejecimiento, aparentemente debido a su característica de componente mnésico pasivo. La memoria de trabajo, por el contrario, sí se ve alterada con la edad. La diferencia en el desgaste ocasionado por la edad en estos dos sistemas de memoria puede deberse a que la memoria de trabajo es mucho más compleja en cuanto a su organización y entraña la presencia de un controlador atencional. La interrelación entre estas dos funciones implica que toda alteración de la atención hace vulnerable a la memoria de trabajo.

En el envejecimiento, ambos tipos de memoria a largo plazo, explícita e implícita, se encuentran disminuidas, aunque la afectación es mucho más significativa en la memoria explícita que en la implícita. Más concretamente, y dentro de la memoria explícita, se ha observado que, durante la senectud, se deteriora la memoria episódica, conservándose la

memoria semántica.

Otros conceptos, también relacionados con la memoria de acuerdo con criterios de temporalidad, son los de memoria remota y memoria prospectiva. La memoria remota no parece deteriorarse con la edad, y los ancianos recuerdan de manera más clara y exacta hechos del pasado lejano que sucesos más recientes. El tipo de reminiscencias que se engloban en este proceso suelen tener dos facilitadores ajenos al proceso neuropsicológico como tal. En primer lugar, los acontecimientos almacenados en la memoria remota han sido evocados en numerosas ocasiones a lo largo de la vida, lo que permite un mayor asentamiento de la información en el sistema. En segundo lugar, los datos almacenados en este sistema son los más importantes para la persona y, por lo tanto, conllevan una importante carga emocional.

La memoria prospectiva, sin embargo, parece disminuir de manera significativa con la edad, viéndose más afectada cuando el contexto implica unas exigencias elevadas en el momento de la codificación de los estímulos. Como se ha reflejado anteriormente, los déficits en este tipo de memoria constituyen una de las principales quejas de memoria en los ancianos (Henry et al., 2004).

Como conclusión, la memoria no es un sistema unitario, sino un complejo entramado de funciones en el que se encuentran implicados aspectos atencionales y emocionales, entre otros. En el envejecimiento normal se detectan cambios significativos en algunas funciones mnésicas, mientras que otras son bastante resistentes a los efectos de la edad.

La función mnésica puede explorarse mediante la utilización de diferentes pruebas, que evalúan distintos procesos y modalidades de memoria. Entre las escalas psicométricas estandarizadas usadas con más frecuencia se encuentran el test de memoria auditiva inmediata (MAI) para la evaluación de la memoria inmediata o de fijación, la escala de memoria de Wechsler y varios subtest de la WAIS-III y del test Barcelona para la evaluación de las diferentes variantes de la memoria a corto plazo. La figura compleja de Rey y el test de memoria conductual de Rivermead son útiles para la evaluación tanto de la memoria a corto plazo como de la memoria a largo plazo. Este último instrumento trata de salvar la distancia existente entre la evaluación más formal y los déficits que se pueden dar en la vida cotidiana del sujeto (recuerdo de objetos personales, recuerdo de citas, reconocimiento de caras, etc.). Otro instrumento frecuentemente utilizado para valorar el cambio en la función mnésica a lo largo del tiempo es el CAMCOG. De acuerdo con un estudio de seguimiento a 4 años realizado con este instrumento, las puntuaciones en los subtest de memoria descienden en torno a 1,5 puntos a partir de los 75 años (Cullum et al.,2000). El descenso en las puntuaciones en pruebas de evaluación de la memoria en ancianos sanos es más importante en los ítems de recuerdo que en los de reconocimiento.

De este modo, se ha comprobado que el uso de claves en la codificación y la recuperación de la información minimiza los resultados negativos en ancianos sin patología frente a aquellos con demencia, cuyos resultados no se ven influenciados por la facilitación de claves. Por lo tanto, más allá de los déficits puros de memoria, habría que tener en cuenta la posibilidad de que los resultados de los ancianos en las pruebas neuropsicológicas pueden estar influenciados por factores como falta de motivación, falta de familiaridad con los métodos de evaluación, déficits sensoriales, depresión, etc. (Mejía et al., 1998).

Funciones visuoespaciales, visuoperceptivas y visuoconstructivas

Las funciones visuoespaciales, visuoperceptivas y visuoconstructivas engloban todas las habilidades necesarias para comprender el espacio en dos y tres dimensiones (Harada et al., 2013); es decir, para percibir adecuadamente el medio y utilizar las referencias espaciales para actuar. Las capacidades visuoespaciales permiten ubicarse en el espacio, percibir los objetos y reconocer los objetos familiares. En cuanto al procesamiento visuoperceptivo, determina la dirección que tomamos para alcanzar los objetos percibidos en el medio. Este procesamiento requiere, además de la percepción de la apariencia de la imagen visual de los objetos, el conocimiento semántico de las imágenes. La dotación de contenido semántico a las imágenes es la tarea del procesamiento visuoperceptivo. La asociación entre la percepción visual y el conocimiento semántico permite que cada vez que nos encontramos ante un objeto, no tengamos la sensación de verlo por primera vez, y también permite conferir intencionalidad a cualquier acción posterior. Por último, la función visuoconstructiva es la encargada de controlar estas acciones, ya que implica la integración de las informaciones visuoespacial y visuoperceptiva con la actividad motora (Blázquez-Alisante et al., 2004). Todas estas funciones están estrechamente relacionadas con la atención, la orientación, la memoria o las funciones ejecutivas, por lo que suele ser frecuente que déficits en una de las áreas se acompañen de un deterioro en una o varias de las restantes. En este sentido, todas estas funciones sufren un declive asociado a la edad, especialmente significativo a partir de la séptima década de la vida.

La evaluación de las funciones visuoespaciales puede realizarse con el test de matrices progresivas de Raven. En cuanto al rendimiento de las funciones visuoperceptivas, puede estudiarse con la subprueba de figuras incompletas de la WAIS-IV o la subprueba de denominación de imágenes incluida en muchas baterías de evaluación neuropsicológica. La evaluación de la función visuoconstructiva se realiza mediante tareas como dibujar figuras tridimensionales, que facilitan la recogida de información de múltiples componentes como la percepción del estímulo, la planificación de la tarea solicitada, el dominio de las coordenadas visuoespaciales y el control de las realizaciones parciales previas al resultado final, y son, en general, un indicador sensible de disfunción orgánica cerebral (Hickman et al., 2000).

Se ha observado que los déficits en la función visuoperceptiva son más tardíos y menores que la afectación de la función visuoespacial, pero el rendimiento en las pruebas de evaluación sigue siendo menor en los ancianos que en adultos jóvenes. De manera global, como señala Murman (2015), se observa un declive con la edad en el procesamiento visuoespacial y las praxias constructivas. El reconocimiento visual de objetos, formas y gestos o signos convencionales permanece estable y la función visuoperceptiva o la capacidad para percibir la orientación en el espacio declina con la edad. La función visuoconstructiva presenta también una afectación asociada a la edad, manteniéndose relativamente estable hasta edades muy avanzadas y deteriorándose de manera significativa a partir de los 80 u 85 años.

Funciones ejecutivas

Las funciones ejecutivas se definen como aquellas capacidades que permiten a una persona llevar a cabo con éxito una conducta con un propósito determinado. Son, sin duda, las más complejas y desarrolladas en el cerebro humano. Desde el punto de vista cognitivo, incluyen varios componentes como la capacidad de pensar en una «meta concreta», ser capaz de organizar los medios para su consecución, prever sus consecuencias y valorar las posibilidades de éxito, concentrarse en los puntos clave sin entretenerse con estímulos irrelevantes, evaluar si se está realizando el plan según lo acordado y modificarlo si no es así (Lezak et al., 2012). Las funciones ejecutivas son esenciales para llevar a cabo las conductas complejas que caracterizan el comportamiento del ser humano, así como para el control emocional y la conducta socialmente correcta. El control neurobiológico de las funciones ejecutivas se encuentra en la corteza prefrontal y su alteración da lugar al denominado «síndrome disejecutivo», caracterizado por las siguientes alteraciones:

incapacidad para iniciar, detener y modificar una conducta en respuesta a un estímulo que cambia; incapacidad para organizar un plan de acción; incapacidad para llevar a cabo una serie de actos consecutivos que permitan resolver un problema e inhibir respuestas inapropiadas; y perseveración o repetición anormal de una conducta (Tirapu-Ustárroz et al., 2002). De forma general, se observa que la función ejecutiva ante las tareas novedosas que tienen complejidad y que implican un control de tiempo de respuesta declina a medida que avanza la edad, al igual que la ejecución en tareas que implican la inhibición de algunas respuestas o distinguir entre la información relevante y la no relevante. Los procesos cognitivos asociados al lóbulo frontal, en especial los localizados en las regiones prefrontales como las funciones ejecutivas, son también los primeros en declinar durante el envejecimiento normal (Bherer et al., 2004).

 

De acuerdo con los estudios que sobre las funciones cognitivas se han llevado a cabo en los últimos años, la distinción entre el deterioro asociado a la edad y la presencia del síndrome disejecutivo es clara si se consideran los lóbulos frontales como una región celular heterogénea. Numerosos estudios funcionales justifican la presencia de dicha heterogeneidad distinguiendo, en la involución asociada al envejecimiento, entre los cambios en las funciones ligadas al área dorsolateral y las modificaciones en el área ventromedial prefrontal, ambas pertenecientes a la región del lóbulo frontal. A pesar de que ambas áreas se encuentran interconectadas, se admite que el rendimiento del área dorsolateral prefrontal (control de las tareas de abstracción, organización y representación de imágenes, fundamentales para la toma de decisiones) empeora con la edad, frente al área ventromedial prefrontal, que controla las emociones y el comportamiento social. De acuerdo con MacPherson et al. (2002), los cambios en los lóbulos frontales asociados a la edad avanzada no son uniformes y, mientras que aparecen de manera sistemática en las funciones ejecutivas, no son siempre observables en el control emocional y de la conducta social, como veremos más adelante. El deterioro en las funciones ejecutivas da lugar a la aparición de rigidez en el comportamiento, dificultad para hacer nuevas abstracciones y para formar enlaces conceptuales nuevos, conflictos para interrumpir una respuesta y adoptar normas nuevas en una tarea, limitaciones para desestimar estímulos distractores y complicaciones para llevar a término la resolución de los problemas y la toma de decisiones estructuralmente complejas y no familiares. La investigación ha mostrado que la formación de conceptos, la abstracción y la flexibilidad cognitiva declinan con la edad, especialmente a partir de los 70 años (Harada et al., 2013).

Los ancianos piensan en términos más concretos que los adultos jóvenes y realizan la categorización o agrupación de conceptos en función de relaciones inmediatas, menos abstractas, siendo, por lo tanto, menos sistemáticos y eficientes en las tareas que requieren una correcta conceptualización (Román Lapuente y Sánchez-Navarro, 1998). Por último, las capacidades ejecutivas requieren también un componente de rapidez motora que es sensible a los efectos de la edad (Hayden y Welsh-Bohmer, 2012). Las pruebas más presentes en la literatura para la evaluación de la disfunción en las funciones ejecutivas son el WCST para la evaluación de la flexibilidad cognitiva, la torre de Hanoi para la evaluación de las capacidades de planificación y el test de colores y palabras Stroop.

Como en otras funciones cognitivas, es importante tener presente que el estado anímico y la edad interaccionan afectando a la eficacia de las tareas que caen bajo la responsabilidad de las funciones ejecutivas, como son la planificación, el cambio atencional y la inhibición.

Cualquier estado de ánimo alterado, tanto positiva como negativamente, resulta en un peor desempeño de la capacidad de planificación en ancianos comparado con un estado de ánimo neutro o el nivel de ejecución de adultos ióvenes. La justificación de este tipo de influencia se ha explicado de tres maneras, o por una combinación de estas: la posible presencia de déficits en la memoria de trabajo en ancianos, la constatación de potenciales alteraciones en la motivación asociadas a la aparición de un estado anímico específico o la presentación de diferencias generacionales en la regulación de las emociones (Phillips et al., 2002).

Lenguaje

El lenguaje es una de las funciones cognitivas más complejas y, exceptuando a quienes sufren déficits sensoriales, la mayor parte de las personas mayores conservan la capacidad de utilizar su lenguaje. De forma general, se puede decir que esta capacidad relacionada con el vocabulario, el razonamiento verbal y la comprensión del discurso permanece estable con la edad, aunque con alguna excepción a esta tendencia (Park y Reuter-Lorenz, 2009). Por ejemplo, se observa que la afectación en otras funciones cognitivas como la capacidad de procesamiento, la memoria operativa y la capacidad atencional puede dar lugar a dificultades de comprensión, complicaciones para el mantenimiento de una conversación, problemas para la producción de oraciones complejas, etc. Asimismo, se aprecia que la comprensión del discurso en un entorno con distracción y un contenido ambiguo puede verse dificultada a medida que avanza la edad (Murman, 2015).

En cuanto al léxico, con el envejecimiento aumenta el vocabulario pasivo, pero aparecen dificultades de acceso (es decir, para encontrar la palabra más adecuada) o dificultades en el recuerdo de palabras. Sin embargo, la alteración no se da en el procesamiento del léxico sino en el acceso a este, debido al deterioro del sistema atencional y del control ejecutivo, lo que dificultaría el acceso al ítem correspondiente. En relación con la sintaxis, se han descrito dificultades de comprensión, repetición y uso espontáneo de oraciones complejas en ancianos. Estas dificultades se relacionan con las alteraciones en la memoria operativa o de trabajo y en la memoria verbal a corto plazo a la hora de operar simultáneamente con diferentes tipos de información o con material complejo. En cuanto al discurso narrativo, los ancianos presentan mayores dificultades para comprender y producir correctamente diferentes tipos de discurso. Estas limitaciones se observan en el recuerdo de información del discurso, en la comprensión de la información estructurada de forma compleja o presentada a partir de materiales visuales y en la dificultad para elaborar historias coherentemente estructuradas y con gran contenido informativo. Posibles explicaciones de estas limitaciones pueden ser las alteraciones de memoria asociadas a la edad o en la atención, control y organización sobre los diferentes elementos implicados (Buiza Bueno, 2001).

Finalmente, uno de los cambios más significativos en esta función con el avance de la edad se da en la percepción del componente prosódico del lenguaje. Este componente permite dotar de contenido afectivo a nuestros mensajes. De acuerdo a los estudios de Kiss y Ennis (2001), la eficacia en la percepción de este componente del lenguaje declina significativamente con el avance de la edad, lo que en ocasiones puede dar lugar a dificultades de comunicación.

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La evaluación del lenguaje en los protocolos neuropsicológicos permite conocer el estado tanto de los aspectos formales del lenguaje como de los contenidos informativos transmitidos a través del lenguaje y los aspectos periféricos de la producción verbal (voz, articulación, fluencia, etc.). Todos estos aspectos son apreciables mediante la mera conversación o la solicitud al sujeto de que describa una lámina temática como la que incluye el test Barcelona, que implica a los sistemas perceptivos visuales, el reconocimiento de los elementos representados, la síntesis temática y la producción verbal. Otros subtest de evaluación del lenguaje son las tareas de habla automática (recitar los días de la semana o los meses del año); la denominación de objetos o imágenes; el emparejamiento de imágenes y palabras escritas; la repetición de palabras, frases y oraciones complejas; la comprensión de preguntas orales o escritas; señalar objetos y/o imágenes; realizar órdenes orales; la lectura de números, letras, palabras o frases, y la escritura al dictado o la resolución de problemas aritméticos simples (Buiza Bueno, 2001). Por último, citaremos la subprueba de vocabulario de la WAIS-IV, en la que se nombra un objeto que se presenta visualmente (denominación) y se pide que se definan vocablos de dificultad creciente que se presentan oralmente y por escrito. Refleja el nivel de educación, la capacidad de aprendizaje, la formación de conceptos verbales y la riqueza verbal y semántica del ambiente en el que se desenvuelve la persona evaluada.

Como conclusión, las funciones cognitivas relacionadas con el lenguaje son las que menos se deterioran con la edad, y cualquier déficit, más allá de una discreta anomia, podría ser considerado como síntoma de patología.

Cognición social: procesamiento emocional y teoría de la mente

La cognición social, constructo de reciente análisis en el estudio de los procesos cognitivos propios de la neuropsicología, trata de explicar qué ocurre en el cerebro cuando el individuo desarrolla conductas para la adaptación social. Ha sido definida como el conjunto de operaciones o habilidades mentales necesarias para desenvolverse de forma efectiva en las interacciones sociales (Green et al., 2008), o como la capacidad para interpretar y predecir la conducta de los demás y que sirve para interactuar en ambientes y relaciones sociales complejos (Baron-Cohen, 2000). Si bien en algunos trabajos se ha identificado con el procesamiento emocional, existe una tendencia a señalar que los procesos cognitivos que se solapan parcialmente e integran la cognición social son cinco: el procesamiento emocional, la teoría de la mente, el estilo atribucional, la percepción social y el conocimiento social (Rodríguez-Jiménez et al., 2013). La importancia de este conjunto de procesos proviene de su función adaptativa, dado que permite acomodar la manera en que un individuo se sitúa en el medio social y es un facilitador para el funcionamiento social. En las enfermedades neurodegenerativas, como las demencias, que incrementan su prevalencia con la edad, el diagnóstico temprano es importante para el tratamiento y el apoyo adecuados. La evaluación de la cognición social durante el envejecimiento puede ser una medida relevante para la orientación diagnóstica según la American Psychiatric Association (APA), que incluye como nuevo criterio diagnóstico el daño en la cognición social para el trastorno neurocognitivo mayor, tal como aparece en la quinta edición del Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM-5).

Los estudios para conocer el sustrato neuroanatómico de esta «conducta compleja», como señala Adolphs (2001), revelan que las regiones del lóbulo temporal, junto con un grupo de estructuras en las que se incluyen la amígdala, el córtex orbitofrontal, el cingulado anterior y posterior y la corteza somatosensorial derecha, trabajan para procesar la información y enviarla a un sistema efector compuesto de estructuras como los ganglios basales, la corteza motora y el hipotálamo, que permite la emisión de una conducta social.

El estudio de cómo afecta el envejecimiento normal a la cognición social es todavía reciente. La mayor parte de los esfuerzos de la investigación en esta área se han centrado en enfermedades como la esquizofrenia, los trastornos generalizados del desarrollo y el daño cerebral de distintas etiologías. Los hallazgos en el envejecimiento normal se han centrado en el procesamiento emocional y en la teoría de la mente (ToM, theory of mind) que son los que revisaremos a continuación.

El procesamiento emocional permite identificar correctamente el contenido emocional de los estímulos, tanto visuales como semánticos, de forma particular en las expresiones faciales; es un componente clave en el desarrollo de habilidades de comunicación y en la regulación de la conducta social, y es la base de la empatía y de la habilidad para interpretar las reacciones de las personas y predecir las conductas. La literatura avala la importancia de este proceso para la supervivencia, la adaptación y el bienestar del individuo, y su desajuste está asociado a distintas patologías o enfermedades mentales (Broche et al., 2014; García-Rodríguez et al., 2008).

Desde los estudios clásicos de Ekman (1993), se acepta la existencia de seis emociones básicas que son la alegría, el miedo, el enfado, la tristeza, el asco y la sorpresa. Procesamos el reconocimiento de emociones de forma holística y en este proceso se ven integradas las estrategias de la percepción, el reconocimiento y la identificación de las emociones (Adolphs,2002). Las estructuras neuroanatómicas especialmente comprometidas son el sistema límbico y el sistema prefrontal (García-Rodríguez et al., 2008). Destaca el papel del hemisferio derecho para el procesamiento emocional facial y el del hemisferio izquierdo para el contenido emocional de las palabras. La relación entre estructuras cerebrales y emociones específicas muestra la participación de la región parietotemporal derecha en el reconocimiento del miedo y del asco, y que la región ventral se activa ante el miedo y la ira; en esta última influye también el estriado ventral. El asco evoca una respuesta en la ínsula anterior, y el reconocimiento del miedo y la tristeza se ven afectados por lesiones en el lóbulo parietal inferior derecho y la corteza infracalcarina. En general, se puede observar que en el sistema límbico -responsable de la identificación de la información emocional - destaca la amígdala cerebral, que juega un papel importante en la identificación de caras, miradas y expresiones emocionales relacionadas con el miedo, la tristeza y la alegría. En cuanto el área prefrontal, influye en el procesamiento emocional debido a las conexiones bidireccionales con el tálamo, la amígdala y otras estructuras subcorticales; se ha observado que las lesiones en esa zona hacen que la persona pierda el sentido de la responsabilidad social.

Los estudios sobre el peso del envejecimiento en el procesamiento emocional son todavía escasos e inconclusos, por lo que el conocimiento es, en gran medida, indirecto. Una de las características del envejecimiento es que el cerebro varía en su forma, reduciendo su peso y volumen, si bien no de forma homogénea, ya que es mayor en los lóbulos frontales y menor en la corteza sensorial (Duque-Parra, 2003). Así, se infiere que las funciones cognitivas mediadas por la región prefrontal declinarán más con el envejecimiento, y se sugiere que la capacidad para procesar emociones declinará con la edad desde un punto de vista neuropsicológico, pero de manera diferencial (García-Rodríguez, 2008). No todos los estímulos emocionales son igual de complejos, y se observa que, con la edad, hay un cambio en la identificación de las emociones de carácter negativo frente a las emociones positivas, que necesitan menos movimientos faciales y cuya tarea de reconocimiento es más sencilla. Según el trabajo de Sullivan y Ruffman (2004a), los mayores identifican peor que los jóvenes las expresiones faciales negativas, como el miedo, la ira y la tristeza. Asimismo, hay estudios que constatan que las estructuras del lóbulo temporal medio, incluida la amígdala, se ven afectadas por el paso de los años, de forma que las personas mayores muestran menor activación de la amígdala, especialmente cuando se trata de identificar emociones negativas (Mather et al., 2004). Por lo tanto, podemos entender que la diferencia en el reconocimiento de emociones negativas en las personas mayores puede ser debida a factores neurobiológicos y de complejidad de la tarea, y que este es el principal marcador de la ancianidad para el procesamiento emocional.

La ToM se refiere a la habilidad para comprender y predecir la conducta de otras personas, sus conocimientos, sus sentimientos, sus intenciones y sus creencias. Como señalan Tirapu-Ustárroz et al. (2007), es una habilidad heterometacognitiva en la medida en que un sistema cognitivo pretende conocer los contenidos de otro sistema cognitivo diferente de aquel con el que se lleva a cabo dicho conocimiento. La forma de evaluar y estudiar esta capacidad es mediante pruebas de metarrepresentación, de diferente grado de dificultad y complejidad, como los test de las falsas creencias (maxi task) de Wimmer, el test de las comunicaciones metafóricas e historias extrañas (ironía, mentira y mentira piadosa) de Happé y el test de las meteduras de pata (faux pas) de Baron-Cohen.

Las regiones cerebrales que se han relacionado con la ToM están en la corteza prefrontal, particularmente del hemisferio derecho; lesiones en este hemisferio producen alteraciones del uso pragmático del discurso, afectación del lenguaje no verbal, incapacidad para comprender el sarcasmo o la ironía, incapacidad de empatizar y, en definitiva, todas aquellas capacidades que impliquen inferencias o atribuciones (Tirapu-Ustárroz et al., 2007).

Happé et al. (1998) fueron pioneros en el estudio de la ToM en personas mayores, comparando el funcionamiento de un grupo de sujetos con una edad media de 21 años frente a otro de 73. Para este estudio utilizaron pruebas de recuerdo de historias que contenían errores, persuasiones y mentiras piadosas frente a otras historias en las que no había inferencias o interpretaciones. El grupo de mayores tuvo un resultado mejor en las historias con ToM y los dos grupos respondieron igual en historias control. Estos hallazgos iniciales que indicaban que la ejecución de las tareas ToM permanecía intacta con la edad no han sido corroborados en estudios posteriores (Kemp et al., 2012). Sullivan y Ruffman (2004b) repitieron el estudio de Happé et al. (1998) y hallaron que ambos grupos (jóvenes y mayores) no diferían en ToM si se tenía en cuenta la inteligencia fluida como factor de confusión.

Se ha analizado si el declive observado en las tareas con ToM (inferencias sociales) guarda relación con las funciones ejecutivas o con la memoria de trabajo. En cuanto a las funciones ejecutivas, son procesos necesarios para las atribuciones y para los mecanismos regulatorios que permiten adoptar la perspectiva del otro. Como señalan Kemp et al., (2012) este hallazgo tiene gran importancia, dado que con la edad se produce un declive en la capacidad ejecutiva y, especialmente, en la función inhibitoria, destacando que puede ser la desinhibición cognitiva el factor mediador más importante para los resultados en la ToM en la vejez. Por otra parte, se ha relacionada la ToM con la memoria de trabajo. Los resultados encontrados muestran un declive en la ToM y cierta conservación en tareas de memoria de trabajo, lo que puede interpretarse como cierta independencia entre ambos componentes (Sullivan y Ruffman, 2004b).

En conclusión, con los hallazgos actuales se puede decir que, en general, la ToM declina con la edad. Ahora bien, si se analiza el tipo de tarea de ToM (tareas de primer o de segundo orden) en muestras donde los grupos de mayores no presentan déficit cognitivo, o si se equipara la muestra en cociente intelectual o años de estudios, las conclusiones no son tan claras y se sugiere que puede darse un mantenimiento de la ToM en algunos individuos mayores (Kemp et al., 2012). En cualquier caso, esta es un área en desarrollo que precisa de estudios que resuelvan importantes problemas metodológicos (uso de medidas no adecuadas, grupos de comparación, baja fiabilidad de los resultados, etc.).

CONCLUSIONES

Existe un amplio debate en la literatura en relación con la posibilidad de que la demencia represente el final del amplio espectro de cambios cognitivos que se inician en la edad avanzada. Sin embargo, y a pesar de que es esperable cierto grado de declive asociado a la edad, la variabilidad de los resultados obtenidos en los diversos estudios sobre el deterioro cognitivo asociado a la edad no posibilita la justificación de la presencia de entidades patológicas en relación con la edad.

El envejecimiento, en los procesos fisiológicos y neuroanatómicos, y su influencia en el sustrato neural y las funciones cognitivas, da lugar a un perfil neuropsicológico específico del envejecimiento normal. Este perfil neuropsicológico se caracteriza por un declive en las funciones cognitivas; sin embargo, este declive no afecta ni se da en la misma proporción en todas las áreas. Especial mención requieren la velocidad de procesamiento de la información y la memoria, funciones cuyo declive precede al resto. El enlentecimiento en la velocidad de procesamiento de la información, debido a la disminución en la velocidad de la transmisión nerviosa, es la única característica universal del envejecimiento, e implica una codificación menos eficaz de los estímulos que deriva en una mayor latencia de respuesta. A continuación, se sitúan los cambios mnésicos y de las funciones ejecutivas como los más limitantes en la vida diaria del anciano. Los primeros se restringen a la memoria a corto plazo, la memoria de trabajo y la memoria episódica, mientras que el deterioro en las funciones ejecutivas da lugar a la aparición de rigidez en el comportamiento, dificultades para inhibir una respuesta y limitaciones para desestimar estímulos distractores, así como complicaciones para llevar a término la resolución de los problemas y la toma de decisiones estructuralmente complejas y no familiares. La conducta social exitosa viene guiada por la función de la cognición social, y se observa que la capacidad para procesar emociones declinará con la edad en el reconocimiento de las emociones "negativas"; en cuanto a la ToM, la capacidad para hacer inferencias sociales puede mantenerse relativamente estable a lo largo de la vida si se consideran variables como el cociente intelectual o los años de estudios. Finalmente, las funciones visuoespaciales y las funciones cognitivas relacionadas con el lenguaje son las que menos se deterioran con la edad y el declive no aparece antes de la séptima década de la vida.

Toda esta diversidad hace necesario un conocimiento profundo de los mecanismos alterados y una evaluación exhaustiva de las consecuencias que estas alteraciones pueden tener en la vida diaria de los ancianos, con el fin de discriminar entre las características propias del envejecimiento normal y los síntomas de procesos neurodegenerativos o enfermedades sistémicas.

ACTIVIDADES DE APRENDIZAJE

Comprensión de lectura

De respuesta al siguiente cuestionario y remita sus actividades al correo info@consejomexicanodeneurociencias.org

1. ¿En qué consisten las funciones visuoespaciales, visuoperceptivas y visuoconstructivas?

2. ¿En qué consiste la atención sostenida? Proporcione dos ejemplos de esta.

3.¿En qué consiste la Memoria a corto plazo? Proporcione dos ejemplos de esta.

4. ¿Cuáles son las estructuras neuroanatómicas involucradas y que sufren mayor deterioro producto del envejecimiento natural?

5. ¿En qué consiste la memoria episódica? Brinde dos ejemplos de esta.

6. ¿En qué consisten las tres teorías que relacionan el envejecimiento con cambios en las moléculas de ADN y ARN?

7. ¿Qué es la velocidad de procesamiento?

8. ¿En qué consisten las funciones ejecutivas?

9. ¿A que se refiere el concepto de cognición social?

10. ¿Porqué las personas consideradas como adultos mayores tienden a repetir y platicar a familiares y amigos las mismas experiencias? ¿Esto se asocia a algún tipo de demencia?

11. ¿Qué tipo de test o baterías neuropsicológicos pueden emplearse para medir la función mnésica de una persona adulta?

12. ¿Porqué se dice que los ancianos realizan la categorización o agrupación de conceptos en función de relaciones inmediatas, menos abstractas, siendo, por lo tanto, menos sistemáticos y eficientes en las tareas que requieren una correcta conceptualización?

13. ¿En qué consiste la atención focalizada y cuál es su distinción la atención sostenida?

14. ¿En qué consiste la memoria de trabajo?

15. En su experiencia, cuáles son los cambios de comportamiento más comunes que ha logrado visualizar en personas mayores de 70 años?

Es muy importante tomar en consideración que los plazos para la entrega de actividades, aparecerán a un costado del botón que permite el acceso a esta unidad situado en el menú del Aula Virtual.

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